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*KOKOA* KANELA Y KAFE *

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domingo, 2 de marzo de 2008

* Wafles Belgas *


Los wafles belgas son los más populares del Este
Alba PiottoEl se define ciento por ciento belga. Ella, sólo la mitad. Pero los dos vinieron desde Bélgica hace poco más de un año y se instalaron cerca de Punta del Este. Para poder trabajar en algo, em pezaron a elaborar wafles que después venden en la calle, en la zona del puerto. Y este verano se convirtieron en los personajes más populares de las tardes esteñas. A la hora en que el Sol empieza a caer y la gente se va de la playa, Olivier De Groote y Jacqueline Henry se instalan frente al Yacth Club de Punta del Este. Y en una hora, ven cómo sus "wafles belgas" (según el cartel) se les van de las manos. No se están haciendo ricos. Dicen que lo que ganan les permite tener un trabajo y mantenerse en el tiempo que estén viviendo en Uruguay.Olivier y Jacqueline se conocieron y casaron en Bruselas, la capital de Bélgica. Y tienen dos hijos: Victoria (14 años) y Darío (11). Olivier es profesor de idiomas y políglota: habla el francés, alemán, flamenco, inglés y desde que vive acá incorporó el español con bastante fluidez.Jacqueline, en cambio, es hija de belgas. Y nació en el paraje Los Ceibos, en el departamento de San Carlos, a 20 kilómetros de Punta del Este. Ahí, sus padres se habían afincado en una chacra donde Jacqueline se crió con sus hermanos. De toda la familia, ella fue la única que volvió a las raíces y emigró a Bruselas donde vivió en los últimos 15 años.La muerte de su papá la hizo regresar. Y con Olivier se instalaron en Los Ceibos, con futuro incierto: "Por ahora estamos acá. No sabemos qué será después. Extrañamos muchas cosas que dejamos en Bruselas, pero estando allá también se extraña a la familia que está acá. No se puede tener todo", se lamenta Jacqueline.Lo cierto es que mientras dure este paréntesis, de algo hay que vivir. Y por eso se largaron a hacer wafles, y Olivier intenta con algunos alumnos particulares a quienes les enseña idiomas.Las "galletes fines" —así lo llaman los belgas— o "gaufrettes" (según los franceses) son, en la definición de un cliente que todas las tardes pasa a llevarse su paquetito, "peligrosamente ricas". Y la producción de unas 80 bolsitas de 6 y 12 unidades se venden como pan caliente entre las seis y las siete, hora clave, en el atardecer esteño."Lo más lindo es que la gente no sólo viene a comprarnos, sino que algunos se paran a charlar un rato", cuenta Olivier con su español afrancesado. Y agrega que en este año que lleva vendiendo los wafles en la costa de Punta del Este, desplegó todos sus idiomas debido a la cantidad de europeos que recalaron en la península.La preparación de los wafles les lleva gran parte del día. Y lo que traen para vender es lo elaborado en el día. "Los ingredientes básicos son los que están en la etiqueta; nosotros le ponemos nuestro propio toque", cuenta Jacqueline. La única pista que da sobre el toque personal de sus productos es que hubo que adaptarse a los ingredientes y paladares locales.Y quizá sean esos "secretos" los grandes causantes de que la persona que compró los wafles una vez, no deja de volver: una pareja de brasileños que sale a correr to das las tardes por la costa, antes de ponerse a transpirar, reserva un par de paquetes, que recoge una hora después.¿Y cómo es que un profesor de idiomas devino en repostero? "Cuando tomamos la decisión de venir, pensamos en emprender algo que acá no se hiciera. Y le pedí ayuda a mi hermano que es repostero en el hotel Hilton de Bruselas", dice Olivier.Para él, la presentación y el trato con la gente son tan importantes como que esas galletitas estén bien hechas. "En definitiva, nosotros somos vendedores ambulantes, pero no abrumamos a la gente. No queremos invadirlos. Pienso que la bandera también les llama la atención".Y es cierto. La enorme bandera belga que ellos cuelgan en su propio auto, es lo primero que los identifica. Después, el cartelito en un pizarrón "wafles belgas $20" (unos 3 pesos argentinos)."Voilá, merci", responde a cada compra. Hijo de un diplomático, Olivier se muestra sobrio y atento con cada persona que se acerca o saluda sin salir de los autos. De una camioneta 4X4 último modelo con chapa argentina, se baja un matrimonio para llevarse tres bolsitas de wafles con sabor a vainilla. Desde otro vehículo le tocan bocina y Olivier saluda. Otros pasan haciendo footing por la costanera y los saludan con el pulgar levantado: "Después venimos", avisan.Una mujer que pasea a su perro labrador los descubre: "¿Hay que ponerles dulce o algo?" Jacqueline dice que no es necesario. Era el último paquetito de limón. El día para ellos terminó.